La oportunidad siempre va con nosotros, lo difícil es saber verla y aprovecharnos de ella. Aunque tranquilos… siempre hay alguien que aprovecha lo que uno deja pasar.
En mi vida he tenido muchas oportunidades para crecer y hacer cosas que deseaba hacer, y aunque he sabido ver algunas, muchas de ellas he dudado.
El miedo y las dudas, en muchas ocasiones no nos deja lanzarnos y aprovecharnos de la oportunidad que la vida nos da para avanzar o dar el paso que queremos dar o hacer lo que queremos hacer, al igual que las creencias limitadoras que nos hablan por dentro frustrando muchos de nuestros planes. Así muchos se pasan la vida posponiendo las cosas haciendo que la mayoría de las veces se sientan frustrados.
Yo he tenido en mi vida algunas veces esa sensación y malestar. Pero a lo largo de muchos años y la experiencia me ha enseñado que tengo que lanzarme y probar. Yo siempre digo que no hay peor frustración que no haberlo intentado, y si a uno la vida se lo pone fácil, la oportunidad está ahí… ¿por qué no lanzarse?… con coraje y sin miedo, no temiendo las críticas de los demás, probando, siempre probando. Si uno no prueba, nunca sabe si hubiera funcionado o no.
Cuando yo era joven tenía más coraje a la hora de enfrentarne a las oportunidades y los retos, no dudaba en invertir el tiempo que hiciera falta con tal de conseguir algo. A veces hasta la oportunidad de hacer algo diferente en un momento dado, algo que nunca había pensado y que está ahí, hacía que yo me lanzase a probar y experimentar.
Recuerdo que antes de ir por primera vez a Guinea, me preparé para sacarme el título de Técnico Auxiliar Sanitario que pude hacer en un curso ya que me convalidaban todas las asignaturas menos las específicas incluidas las prácticas en el Hospital Provincial (ahora el Reina Sofía).
Aquel año tuve una compañera de estudios y prácticas más activa que yo. Estar con ella era vivir constantemente una aventura. Disfruté mucho de mis prácticas cuando estuve en la Unidad de Cuidados Intensivos y en Urgencias, pero cuando me pasaron a plantas me gustó menos.
El mes que estuve en la Unidad de Enfermedades Infecciosas no me gustó nada, tenía que ir siempre con la mascarilla puesta para entrar a las habitaciones y me resultaba algo incómodo. Una tarde, la peor tarde de trabajo y que por suerte los alumnos auxiliares en prácticas teníamos a media tarde nuestro descanso de media hora, vino a buscarme Carmen María como una loca dando saltos diciéndome que Antonio Molina había llegado al hospital para rodar una escena de una película que estaba rodando. Ella me arrastró en aquel momento porque tenía intención de que le firmara un autógrafo y yo verdaderamente, tenía muy pocas ganas, pero a su lado fui. Nos enteramos que estaban buscando extras para hacer de enfermeras y mi querida amiga se planteó presentarse.
En medio de todas las pruebas, yo estaba a su lado, por supuesto sin ninguna intención de salir de extra, entre otras cosas porque me daba mucha vergüenza. Pero en el último momento, Carmen María pensó en otro plan mejor y salió de allí, dejándome sola y con el autógrafo en la mano. De repente, se acercó un señor a mi y me dijo si quería posar para la cámara y me indicó lo que tenía que hacer, y yo, en ese momento y con el corazón que se salía por la boca, dije que sí.
Le parecerá al lector una tontería, pero en aquel momento, hacer algo así era para mí, pasar de pensar que eso era un rollo, a pensar que podría ser divertido. Aproveché la oportunidad que se me daba y me lancé.
Y ahí estaba yo, interpretando (no llegaba a medio minuto) el papel de una enfermera que salía de quirófano junto al cirujano que había operado a una chica que estaba en estado crítico después de una intervención, y yo solo tenía que asentir y mirar con pena a la familia que recibía la noticia.
Después me invitaron a merendar en el bar del hospital y se acabó. Y yo ese día me fui anonadada a mi casa, porque no me creía que hubiera hecho lo que había hecho. Hoy me puedo reír, porque si hubiera sido hoy día, lo hubiera vivido más espabilada y con más garbo. Al poco tiempo, Antonio Molina enfermó y murió.
A lo largo de todos estos años, como he vivido tantas cosas, a veces creo que son sueños, entonces miro las fotos de los hechos y me quedo tranquila. Pero, de las situaciones vividas en las que no hay fotos y tampoco por más que busqué hubo pruebas que constataran que dicha película existió, a veces se borran de la memoria, hasta el momento que algo las hace que salgan a la superficie.
Gracias a Internet y la cantidad de información que obtenemos por este medio, me he detenido a buscar información sobre esta película y lo he encontrado. Antonio Molina fue a rodar una escena de una película llamada “Ha nacido una estrella” en el Hospital Provincial de Murcia en el año 1991 pero no pudo terminar de rodarla porque enfermó y al poco murió. Os pongo el link donde encontré esta información: http://antoniomolina.logu2.com/t35-murcia-1991
Siempre hay alguien que aprovecha lo que uno deja pasar, y esta vez lo hice yo. Doy gracias a esta amiga que me llevó hasta ahí, porque seguramente por mí misma no habría llegado hasta el hall del hospital para ver a Antonio y mucho menos pedirle un autógrafo.
Las oportunidades siempre van con nosotros, solo que debemos sentirnos libres de prejuicios, miedos y dudas, para hacer esas pequeñas locuras que son ni más ni menos que las cosas que a la larga son la chispa de la vida.
Estas oportunidades son las mejores, no son de trabajo, ni de proyectos, ni de relaciones, ni de realizar nuestros deseos, son las oportunidades de disfrutar y ser felices haciendo cosas que si las razonamos, no somos capaces de hacer, porque como diríamos en mi tierra “son chorradas”. La cosa es lanzarse sin miedo y experimentar, fluir a cada momento, sin prejuicios. Porque solo el alma que vive con plenitud a cada momento, consigue marcharse de esta vida feliz y ligera de equipaje.
Y para terminar, quisiera compartir con mis lectores un cuento de Jorge Bucay que se titula: “El arcángel caracol”.
Hay una vieja fábula oriental que cuenta la llegada de un caracol al cielo. El animalito había venido arrastrándose kilómetros y kilómetros desde la tierra, dejando un surco de baba por los caminos y perdiendo también trozos del alma por el esfuerzo. Y al llegar al mismo borde del pórtico del cielo, San Pedro le miró con compasión. Le acarició con la punta de su bastón y le preguntó:
– «¿Qué vienes a buscar tú en el cielo, pequeño caracol?»
El animalito, levantando la cabeza con un orgullo que jamás se hubiera imaginado en él, respondió:
– «Vengo a buscar la inmortalidad.»
Ahora San Pedro se echó a reír francamente, aunque con ternura. Y preguntó:
– «¿La inmortalidad? Y ¿qué harás tú con la inmortalidad?»
– «No te rías», dijo ahora airado el caracol. «¿Acaso no soy yo también una criatura de Dios, como los arcángeles? ¡Sí, eso soy, el arcángel caracol!»
Ahora la risa de San Pedro se volvió un poco más malintencionada e irónica:
– «¿Un arcángel eres tú? Los arcángeles llevan alas de oro, escudo de plata, espada flamígera, sandalias rojas. ¿Dónde están tus alas, tu escudo, tu espada y tus sandalias?»
El caracol volvió a levantar con orgullo su cabeza y respondió:
– «Están dentro de mi caparazón. Duermen. Esperan.»
– «¿Y qué esperan, si puede saberse?», arguyó San Pedro.
– «Esperan el gran momento», respondió el molusco.
El portero del cielo, pensando que nuestro caracol se había vuelto loco de repente, insistió:
– «¿Qué gran momento?»
– «Este» , respondió el caracol. Y al decirlo dio un gran salto y cruzó el dintel de la puerta del paraíso, del cual ya nunca pudieron echarle.
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