Cuando tenía 16 años me sentía muy atraída por la ayuda humanitaria y la cooperación en países en vías de desarrollo. Conocí por aquel tiempo a algunas personas que pertenecían a una Ong llamada OCASHA. Algunas de estas personas, como María, acababan de llegar de Bolivia por tres años (si no mal recuerdo).
Los niños son el reflejo de lo que hemos olvidado los adultos.
Me fascinó todo aquello que contaba, y yo estaba decidida a ayudar desde mi poco conocimiento formando parte de esta ong.
Fueron unos años llenos de actividades. Entre recitales, mercadillos y convivencias con Ocasha, coros y movimientos juveniles parroquiales, pasé la mejor parte de mi adolescencia. El tener tantas actividades que me llenaban, me ayudaba a estudiar con eficacia y dedicación.
En una convivencia en Totana de la ong, hablando que me gustaría tener la fuerza suficiente para lanzarme y viajar, me rodearon todos y me pusieron delante la solicitud en blanco y me dijeron: “ahí la tienes, la fuerza no viene sola si la esperas, debe salir en el momento y ahora es un buen momento”. Puede el lector imaginarse cómo me quedé. Algunos de estos compañeros habían ido mediante una selección de otra Ong llamada Setem los tres meses de verano y esa solicitud pertenecía a ella. A mi me era más fácil ir durante el verano. La mayoría eran maestros y sanitarios, mayores de 20 años y yo iba a cumplir 19, así que estaba tranquila de que yo no sería elegida, por lo cual me relajó bastante a la hora de rellenarla.
Aquel año, no pude enviar la solicitud por motivos familiares, pero al año siguiente decidí hacerlo de nuevo y enviarla. En Enero lo solicité de nuevo y mis compañeros me dijeron que la situación estaba difícil porque según habían escuchado, de 50 personas nuevas que habíamos solicitado viajar a Guinea Ecuatorial con el proyecto de Setem, seleccionarían solo a 10. Así, mi nerviosismo fue calmado, pues sabía seguro que no sería seleccionada, ya que escogerían a maestros y enfermeros. Pero si algo está marcado en el camino de tu vida, tarde o temprano, de una manera u otra, lo vivirás, y esta era mi ocasión.
Mi hogar guineano. Cocinando lentejas.
A primeros de Febrero, recibí una carta de Setem que decía que había sido seleccionada formando un equipo con dos compañeros más que eran de Cartagena. Entonces me temblaron las piernas. Fue difícil decirles a mis padres que me iba a Guinea Ecuatorial y que antes debía ir a Madrid a hacer dos cursos. Debo decir que a mi familia no le gustó mucho la idea de que tan joven viajara tan lejos y sin que conociera a nadie, pero yo me hice fuerte en mi decisión y no tuvieron más remedio que aceptarlo.
Asok-Abia. Un poblado en medio de la selva guineana.
“Estaba animada y convencida que era lo que tenía que hacer, que tenía que ir a ese lugar en plena selva ecuatorial. Verdaderamente fue un acto de valentía, algo que no sabía que tenía y salió de mí naturalmente. Ir a este país, es quizá una de las cosas que más orgullosa estoy de haber hecho. Además de todas las cosas que aprendí allí que me sirvieron para madurar mucho.
Allí me encontré de cara con la soledad, ella fue la primera que conocí. Me fue difícil estar bien con ella, pero pronto pasó de ser fría a ser cálida. Aprendí el significado, el sentimiento y la realización en mi vida en lo que me rodea, del Amor Universal.
Conocí la Naturaleza, la gran amiga, la gran energía que nos rodea y que constantemente crea. Nos habla de vida y muerte. Me enseñó a apreciarla hasta en lo más insignificante y calificarlo todo como bello, todo cuanto somos: energía, pura energía.
Los niños seguían presentes en mi vida, allí despertó en mi nuevamente y con más intensidad, la ternura. Ese sentimiento que a menudo me hace suspirar y me hace sentir sin peso alguno, delicada, dulce y feliz. La fuerza y el poder también surgieron de mi novedosamente. Descubrí cosas que yo no sabía que tenía y que era capaz. Fue todo un aprendizaje.” (Extracto de mi diario)
Viene a mi mente el recuerdo de María de Asok-Abia, el poblado al que fui el primer año en Guinea. Una mujer maravillosa con la que hice amistad. Ella era maestra en otro poblado y tenía estudios, pero tenía que atender a su familia. Su hija mayor de 16 años iba a ser dada en matrimonio por una cantidad pactada de dinero y una escopeta de caza buena. A María le preocupaba la edad de su hija para ser entregada ya al matrimonio, pero su marido no quería escuchar sensiblerías.
María Andeme y yo envolviendo yuca para cocerla y mientras teníamos largas charlas.
Quizá era la única mujer que le preocupaba esta situación, porque la mayoría de las mujeres guineanas están muy arraigadas a su cultura. Pero María era distinta, tenía ganas de aprender y llegar lejos. Tenía una manera distinta de ver la vida y lo mostraba en nuestras conversaciones. Aunque ella tenía que vivir su cultura sin más remedio a pesar de sus creencias, pues ya formaba parte de un matrimonio polígamo y tenía responsabilidades sobre la segunda esposa. Es bastante complicado de explicar, pero no es mi deseo meterme en este terreno, sino hablar de María.
Ella fue la persona que me mostró la sencillez de la vida y la ligereza de equipaje. Tenía 5 hijos y mucho trabajo diario, bastantes problemas con los que convivir y aún así, ella siempre regalaba sonrisas y cantaba. Me llamó la atención desde el primer momento porque tenía mucha chispa.
Un día, ya después de convivir lo suficiente con este poblado y desde el espacio íntimo de una amistad en el que liábamos yuca para cocerla, le pregunté: “María, tienes tantos problemas y tu siempre tan alegre. ¿Cómo puedes estar tan alegre con todo lo que se supone que debes estar sufriendo?”.
Recuerdo sus palabras exactas. Ella me dijo sonriente: “no sirve de nada estar triste, porque después de una pena siempre viene una alegría… entonces ¿por qué estar triste? Yo vivo lo más serena que puedo estos momentos y nunca me falta la alegría pensando en que vendrán momentos mejores”. Tenía razón. Yo recordaba aquellas palabras de Buda: “Si un problema tiene solución, no hace falta preocuparse. Si no tiene solución, preocuparse no sirve de nada”. Sabias palabras. La ecuanimidad es muy importante.
Mis niños de la Escuela
Espacio Promoción de la Mujer. En este momento cantando al final de la reunión.
Mi tarea allí era la educación y sanidad. Un grupo de adultos eran mis primeros alumnos a las 7’00 de la mañana y a continuación los pequeños con los que estaba toda la mañana. A mediodía un rato para comer y descansar. En la tarde según los días, tenía reunión con las mujeres del poblado ya que mi tarea con ellas era la “promoción de la mujer” y otra revisión de letrinas y cocinas para mantener la higiene y evitar enfermedades.
Algunas tardes me iba a ayudar en la construcción del puente que unía nuestro poblado a la carretera para que pudiera pasar Tina, la doctora del hospital del distrito. Los sábados por la mañana me dedicaba a lavar ropa y organizar casa, aunque siempre había algo más que hacer. Por la tarde algunos días salía a pescar con las mujeres… un gran reto. Los domingos era el día del descanso y todo estaba más tranquilo.
Fiesta sábado noche.Noches de tambores y movimientos de cadera (en lo que me hice una experta)
Los momentos más alegres de la semana eran los sábados por la noche, ya que nos encontrábamos para bailar y beber malamba. Para aquella gente la comunicación de sentimientos era importantísima, la expresión a través del baile y de la música… todo era una energía envolvente. Para ellos Dios era muy importante porque lo era todo, y a mi esto me cambió bastante a la hora de ver las cosas espiritualmente. El sentimiento es el idioma del espíritu. No hay religión sino espiritualidad viva que la contiene el gran Universo. La religión era solo un medio para expresar la espiritualidad y así lo comprendí para todos los seres humanos, respetable para todas las religiones, de las que he aprendido y crecido mucho a lo largo de los años. ¡Cuanta sabiduría encontré en ellos! ¡qué transparentes eran!… ¡Cuánto aprendí de su simpleza!… ¡qué maravillosa energía los envolvía y me envolvía a mi!… Fue un regalo estar tanto tiempo con ellos, porque no tenían nada y, sin embargo, me lo dieron TODO. Cuando volví a España, no podía dejar de admirar cualquier cosa, porque en ello encontraba esa energía de la que fui contagiada, digamos que mi estancia allí en plena selva hizo que viviera como una especie de adiestramiento que me ha servido para toda la vida: «ver más allá de lo que se ve».
Aprendí a respetar profundamente a cada ser humano, planta, animal, elemento… situación, problema, conversación… todo era Dios=Energía actuando… y debía sentir ese respeto ante cosas tan dignas de la vida. A ellos y a la profundidad de lo revelado les debo mi vida, mis hechos y mi camino. Descubrí el sentido de mi vida y la esencia misma de la que estaba hecha. Ya no puedo mirar con otros ojos que con los del amor. Por eso, en hechos concretos de mi vida en los que me he desviado un poco, siempre ocurrió algo que me hizo recordar por qué estoy aquí y cual es el propósito de mi vida y mi evolución. Por eso, ante una caída me levanto y vuelvo a caminar en la dirección de mi norte, sin parar demasiado a descansar. No importa cuan cansada esté o qué problemas acuden a buscarme o me los busco… solo se que yo soy yo y que tengo un camino que hacer sin demorarme.
Fue una experiencia muy fuerte, porque el hecho de sentir la soledad en un lugar totalmente desconocido hace que salga de ti quien eres por dentro, lo peor y lo mejor de ti, de manera incondicional y en forma de gran descubrimiento.
Cuesta moverse dentro de una experiencia nueva, es difícil adaptarse, comprenderla, porque no se conocen bien los límites y tan siquiera se sabe lo que viene por delante. La experiencia misma es esa herramienta de aprendizaje que si se vive intensamente nos ayuda a no cometer demasiados errores en el futuro.
Todos los días esta niña acudía a clase con sus hermanos cogidos en esta posición.
Sus padres trabajaban y ella era la responsable de cuidarlos hasta la hora de comer.
Durante muchos años, algunos días al despertar, no estuve segura de dónde me encontraba, si en Guinea o en mi casa, en Murcia. Hoy puedo revivir cada momento de todo cuanto he vivido, con visión clara, sonido, tacto, olfato, sentimientos… Se que todo cuanto vivo me proporciona mucha riqueza interior que hoy me siento capaz de dar.
Doy gracias a la vida por cuanto me da. Gracias, gracias, gracias.
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