En otra onda
El coma es un estado profundo de inconsciencia en el que una persona está viva pero es incapaz de moverse o responder a su entorno.
No sentía mi cuerpo, pero estaba consciente. Solo era consciencia, sí era consciencia porque podía pensar, aunque no mucho y ni tenía ganas.
Una consciencia adormecida con una visión interna de un mar dorado y plateado en calma. Sí, muy raro todo, pero así lo veía exactamente. Y aunque me preguntaba qué extraño era todo, contemplaba maravillada el movimiento de esas olas brillantes en las que yo estaba sumida como un barco a la deriva.
Desconexión de alguna forma deseada. Incapaz de despertar por el bienestar general que sentía. Estaba en otra onda y me sentía bien ahí.
No pensar, no saber, neutralidad, incondicionalidad conmigo misma, lejos de todo pensamiento, de toda toma de decisiones. (Interpreto ahora, que eso era lo que necesitaba por la situación de incertidumbre antes de tener el covid que estaba pasando en mi vida)
No existían emociones, quizá no tenía ganas de nada. Solo estar.
Vivir aquí y ahora. Eso era exactamente lo que estaba viviendo y, en realidad, lo que he aprendido. Nada parecido a la realidad de lo que sabemos e intentamos experimentar. Aquí y ahora. Si con algo puedo compararlo es con mi forma de meditar, aquella que con los años, entre tantos enfoques que existen, me he entrenado. Aunque este aquí y ahora era todavía más exacto y profundo.
Y podía ver con mi consciencia, o tal vez era una imagen que anidaba en mi cerebro. No sabría con exactitud, aunque me atrevo a decir que era mi consciencia con la que podía ver aquel lugar en el que ella habitaba en calma y con mis colores preferidos: dorado y plateado. Todavía puedo revivir ese recuerdo de mar dorado y plateado con olas que iban y venían y donde yo flotaba en calma.
De repente, en ese silencio eterno y calma hipnótica, alguien me recordó quien era yo. Dijo mi nombre y abrí los ojos.
Los días después de “despertar” me fueron informando poco a poco, de todos los días que había estado en coma con la ventilación mecánica y hasta los momentos que estuve crítica a punto de irme más allá. En aquel momento, realmente no me importó, porque apenas podía respirar y continuaba con el oxígeno.
Desde fuera de la cristalera escuchaba a todos pasar y mirar mi saturación y animarme a respirar más profundo para subirla un poco más, porque andaba por 90. Y yo intentaba inspirar con más profundidad a pesar de estar aturdida y no recordar siquiera cómo era la mejor manera de hacerlo.
Me di cuenta en aquel momento que mi único objetivo era respirar. Qué curioso, respirar.
Tan experta en respirar me hice a lo largo de mi vida… He enseñado a tantos a respirar correctamente para hablar o para cantar, o para solucionar o ayudar con algún problema respiratorio… Y ahí estaba yo, volviendo a retomar mis propias píldoras de sabiduría y poniéndolas en práctica, aunque no tuviera fuerzas. Rescatando de mis archivos, en lo profundo de mi conocimiento alojado en mi cerebro que tenía un diafragma y que era una parte importante en mi vida anterior. Ah… sí, es que soy cantante desde que era una cría y también he enseñado a muchos a cantar, y el diafragma era mi gran aliado. Vaya! Lo podía recordar. Tan lejos había estado?…
Cada vez que intentaba hallar el diafragma dentro de mí no podía. Sabía el sitio exacto donde se ubicaba, pero no podía sentirlo. Y por qué ocurría eso?…
Paralelamente, las sensaciones físicas volvían a mi cuerpo y si me picaba la cabeza me llevaba la mano derecha a ella. Sin embargo, las primeras veces era costoso porque tenía que levantar el brazo de la cama. Tan mal estaba?… Esto se presentaba feo.
Comencé a darme cuenta que había perdido toda la masa muscular y que poco a poco tenía que recuperarla, aunque no sabía exactamente cómo. Intentaba mover las piernas y no podía. Mi cuerpo estaba muerto sobre la cama y me empezaba a preocupar quedarme en una silla de ruedas el resto de mi vida.
No era dueña del tiempo. Era como si existieran dos tiempos cada día: el cambio de turno y el siguiente cambio de turno. Y eso me hacía entender que era un día diferente, aunque ni tan siquiera me preocupaba saber qué día era. Ni lo preguntaba, ni me lo decían.
Cuando uno de los médicos me dijo que me tenía que centrar en la respiración y subir la saturación, me sentí un poco nerviosa porque quería utilizar el diafragma pero por algún motivo no encontraba en mí el mecanismo exacto para utilizar la técnica, así que esto me empezó a inquietar.
Hubo un momento que mirando al techo vi una luz dorada y me fui a buscar desde donde se proyectaba. Era de día y me resultaba extraño, pero ahí estaba, con un tamaño concreto, presente y que me llamaba bastante la atención porque no sabía qué era esa luz.
Llego una enfermera que tras repasar la medicación por la vía me apagó la luz, quedándose solo la luz del pasillo tras la cristalera encendida. Y la luz dorada seguía ahí en el techo. Me tenía bastante intrigada, sin embargo, la respetaba y la dejaba estar.
Una enfermera me dijo tras el cristal que la saturación me había bajado de 90 y que intentara tomar más aire y permitir que mis pulmones se llenaran. Y así lo hice, sin preocuparme por el diafragma, simplemente abrí los orificios de mi nariz que tenían conexión con el oxígeno y me permití tomar aire. Y en aquel momento miré al techo y vi como esa luz dorada se hacía más grande del tamaño normal que yo había visto días atrás.
Descubrí, extrañamente, que la luz se hacía más grande cuando hinchaba mis pulmones correctamente. Y mi mirada cuando respiraba se iba a esa luz en el techo que no entendía muy bien por qué estaba ahí y de donde venía. El caso es que ya solo podía mirar a ese lado del techo y dejarme dirigir por esa luz que me ayudaba a entrenarme en mi recuperación. Más tarde me di cuenta que no estaba proyectada y que estaba algo más baja del techo. Debía estar muy loca o afectada por la medicación, pero bendita locura.
Alguna vez me relajé y entonces veía en la luz dorada destellos color azul y entendía que había bajado la saturación. Esos destellos marcaban el límite demasiado bajo al que no debía llegar.
Esa luz que me tenía enganchada, yo sabía cuándo me estaba indicando que la saturación bajaba, y cuando se hacía más grande y dorada por completo estaba en una perfecta saturación. Y así me fui entrenando durante unos días, que por extraño y alocado que parezca, confié en esa luz para mejorar mi respiración. Bendita luz dorada!… Me recordaba a ese mar durante mi coma.
Y llegó el día que me empezaron a bajar el oxígeno y empezaba a avanzar.
Recordar también que existía la comida fue para mí una alegría. Cuanto disfrutamos de la comida!… Como dije en el anterior artículo, se me antojó algo tan simple como un sándwich de jamón y queso, por empezar por algo suave. Pero al día siguiente no dude en pedir del menú un asado de pollo, que me lo comí como si no hubiera mañana. Esto para mí es una buena manera de tomar tierra. Así es la vida. Un día estás pensando en que puede ser el último día de tu vida y otro que lo mejor del día es el asado de pollo ahajajajajaja…
Sin embargo, todo eso llevaba su dificultad. No era tan fácil comer. Tampoco tuve nadie que me ayudó ya que tenían muy medidas las entradas a la habitación pues había escasez de indumentaria sanitaria en aquella primera ola. Y me las tuve que ingeniar para partir la carne como podía con la única mano que había comenzado a mover.
Y así se fueron mis últimos días en UCI. Mirando la luz dorada que fue mi entrenadora en esos días hasta que conseguí respirar mejor, subir la saturación y automatizar de nuevo mi respiración. Y haciendo algo de musculatura en el brazo que me daba de comer. Todo centrado en lo más básico.
En el siguiente artículo contaré mi ascensión a planta: Ascender de los infiernos.
Gracias por leerme, por seguirme y por compartirme.
𝗘𝘀𝘁𝗮𝗺𝗼𝘀 𝗮𝗾𝘂𝗶́?… 𝗦𝗲𝗻𝘁𝗶𝗺𝗼𝘀?…
𝗣𝘂𝗲𝘀 𝘃𝗶𝘃𝗮𝗺𝗼𝘀!…
Yo Soy Tu Coach
Marla Sánchez
Cᴏᴀᴄʜ Hᴏʟɪ́sᴛɪᴄᴏ Sɪsᴛᴇ́ᴍɪᴄᴏ
www.marlasanchez.com
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