21 meses después
Si miro atrás, siento que he recorrido un sendero muy largo y en momentos, bastante tortuoso, hasta llegar al punto en el que estoy ahora. He pasado por varias fases.
La primera fase, como bien sabéis, comenzó en el hospital y terminó el día que por fin tras un mes y pico, volví a mi amado hogar en el campo frente a la Sierra de Carrascoy.
La siguiente fase comenzó el día que llegué a casa y tuve que hacer un esfuerzo muy grande para subir las escaleras que me llevarían a la habitación donde estaría unos días cogiendo fuerzas para poder bajarlas de nuevo y comenzar a tener más movilidad.
Durante esta fase, tuve que adaptarme a una vida distinta en mi propio hogar. Y era porque la falta de movilidad solo me permitía estar en cama y sentarme en escritorio un rato y cuando me cansaba volver a la cama con el andador. Y las visitas al baño se llevaban casi todas las calorías de aquello que comía. Era agotador cualquier movimiento y eso me desesperaba la mayoría de las veces.
También tuve que dejarme cuidar y mimar. Y consciente de lo que es cuidar de una persona inválida, tener el mayor cuidado posible de no desesperar a quienes estaban a mi lado. Potente ejercicio interno para mantener el equilibrio mente, cuerpo y espíritu.
En todo este tiempo, la compañía de mis animales fue lo más maravilloso, porque ellos siempre me ayudan a regular mis energías, especialmente los gatos tienen esa habilidad. Así que con ellos, entre juegos y mimos, fui superando mis momentos más oscuros de impaciencia y desazón. Todo era tan lento…
A los 10 días de habitar en la habitación, pude bajar a la planta baja de la casa. Por las mañanas bajaba ya preparada para pasar el resto del día hasta la noche que volvía a subir con gran esfuerzo esas escaleras para ir a dormir. En la planta baja tenía muchas más opciones de ocio y estares diferentes y también podía salir al porche y estar rodeada de la naturaleza que forma parte de mi hogar junto con mis animales más grandes que cuidan la finca.
También tenía acceso a la cocina y ya no era tan dependiente, con lo cual me sentía mejor. Además me animé a hacer nuevas recetas y hasta me compré un robot de cocina para experimentar. Sin embargo, mi mano izquierda no se recuperaba y debía llevar cuidado, ya que tan solo coger con ella un vaso de agua me debilitaba hasta tal punto de caer el vaso al suelo.
Mi mayor alegría en esos días, fue volver a ver a mi pareja, después de dos meses sin vernos y después de todo lo que habíamos vivido, nos reencontramos. Fue muy emotivo, desgarrador y doloroso a la vez, porque ambos habíamos sufrido mucho todo este tiempo el aislamiento.
No puedo evitar recordar el momento en que me dijeron que me bajarían a cuidados intensivos y que me tenían que inducir el coma para intubarme, tras los diez minutos de terror que pasé, al llegar a mí la salvación de la calma absoluta y el re-conocimiento de una vida en abundancia, de haber aportado mi granito de arena a esta mundo, también llegó la gratitud por todos estos años. La gratitud al Universo (a Dios, Luz, Fuente divina, o como cada uno quiera llamarle) era inmensa. El amor de pareja que había vivido en esta relación que tenía tan corta historia, había sido tan intensa que si mi destino era el más allá, podía irme llena de amor. Y cuando hablé con él antes de sedarme, ambos llorábamos destrozados por la separación, sin embargo, estábamos en paz y agradecidos por cuanto habíamos vivido.
Y así, dos meses después vino a verme a mi casa, a cuidar de mí también, a darme masajes, a darme motivos para ser optimista, a poner alegría en mis días y a darme toda esa energía de la que él siempre está lleno.
Gracias a él y a mi amiga del alma, fui recuperándome y sobre todo equilibrando mis emociones que andaban un poco dispares.
Y entonces, terminó una etapa penumbrosa y comenzó la etapa de salidas. Ya podía moverme y aguantar de pié algo más tiempo apoyándome en unas muletas. En el hospital continuaban haciéndome pruebas por si las secuelas eran neuronales y así, entre ola y ola llegaban las distintas pruebas. Demasiado lento todo a nivel sanitario, con lo cual impedía realizar un diagnóstico claro con el que poder programar una rehabilitación con sentido.
El problema en todo este tiempo es que al estar los músculos tan débiles, cualquier pequeño esfuerzo que pudiera realizar podía ocasionarme una lesión que ralentizaba el proceso todavía más. Así que la paciencia, que ha sido uno de mis grandes valores, se me puso a prueba llevándola a límites insospechados. Me sentía caracol col col.
Pasé por varios estados emocionales a lo largo de este tiempo. Si algún sentimiento fuerte aparecía era el de la ira. Sí. Sentía ira porque me dolía verme así físicamente, cuando estos años atrás mantenía mi cuerpo a raya haciendo ejercicio en el gimnasio y corría 30 min todos los días, bajo la supervisión de mi entrenador. Cada día fue un esfuerzo mental y un acto de voluntad ir al gym, ya que no era lo que más me gustaba pero sabía que era necesario para perder peso y mantener mi físico en un estado óptimo. Y sentía ira porque mi cuerpo, tras la uci estaba hecho una mierda (disculpe el lector por la expresión tan fea dicha, creo que así describo con exactitud cómo me sentía).
Estados emocionales en los que lloraba en el silencio de mi habitación, en los que no encontraba ya sentido a mi vida, en los que quería entender por qué me había ocurrido esto y cual era esta vez el aprendizaje. Llorar en mi interior, en mi soledad, esa que tanto me acompañó este tiempo atrás y que solo ella sabe lo que yo viví. Y me decía a mí misma: “Es que nadie sabe lo que yo he vivido, solo yo”. Por más que explicara, en lo profundo de mi corazón y en un rincón de mi mente estaba todo guardado marcado con la etiqueta de “privado”.
Y así, entre tantos altibajos y sin dejar de ser yo en mi esencia, con esa alegría, optimismo, fuerza, consciencia, confianza, amor, rebeldía y fuerza de voluntad que me caracteriza, viví y luché por mi recuperación.
Y cuando se cumplió el año de haber pasado este virus que me ocasionó la neumonía bilateral, se me vino encima todo el peso que había estado llevando sobre mí y aguantando con tanta fuerza mental. Y volví a recaer cuando yo creía que ya iba todo sobre ruedas.
Volví a desequilibrarme porque recordé, sin quererlo, que un año antes pasé la experiencia más horrible de mi vida y aun sintiéndome muy agradecida, me sentía muy mal porque quería olvidar y me daba cuenta que había dejado en mí una huella imborrable.
Y era como si me hubiera cambiado tanto que no podía reconocerme. Ya no era la de antes, la que yo conocía muy bien después de haberme trabajado tanto internamente. Había una mujer nueva, no la conocía, me asustaba y a la vez quería conocerla. Me encontraba de nuevo perdida entre tantos pensamientos y sentimientos que debían ponerse en orden, pues en este año anterior solo me había dedicado a lo aparentemente básico, que era concentrarme en el máximo esfuerzo para realizar con normalidad el mínimo movimiento, y mis fortalezas a un nivel óptimo como apoyo, refuerzo y motivación para recuperarme. Sin embargo, cuando al cumplir el año de nueva vida volvió todo a mí, sentí que todo el poder que había en mí y que había alimentado tantos años atrás, ya no podía sostenerme, había llegado a sus límites. Y entonces entendí que necesitaba soltar.
Sí, soltar. Parece fácil, pero los seres humanos tenemos la tendencia a tomar y quedarnos con lo bueno y lo tóxico también. Nos cuesta soltar. Y en mi caso, debía soltar todo aquello que viví y cuanto sentí a cada momento. Soltar soltar y soltar. Ese era mi cometido entonces.
Y por más que tenía claro y sentía que debía liberar el dolor y soltar, existía claramente un autosabotaje en el que mi mente quería conservar atrapado todo aquello y de alguna manera no me sentía capaz de liberar. Y cómo podía hacerlo?… Me sentía atrapada en mi propia mente.
Un día recordé, que nunca he dejado de dar las gracias por todo aquello que tengo, que vivo, que siento, que pienso, por quien soy y por el trabajo oculto que yo solo sé, que me ha costado llegar hasta mi presente. Y, sin embargo, aunque sí que di las gracias por todo lo que había vivido, nunca me di las gracias por salvarme de esta, y con toda mi fuerza, mi mente y mi corazón me rescaté de la aceptación absoluta y luché con rebeldía y de manera titánica para superar todos mis males. Solo eso me permitiría ser más libre y más auténtica, y soltar todo lo contenido.
En realidad era lo que estaba pagando por contener toda mi fuerza para salvar lo más duro e inmediato que era mi cuerpo deteriorado, mis emociones más severas en aquellos días que eran la soledad y el miedo a vivir y quedarme en una silla de ruedas. Mi mente tuvo que superar todo ese dolor y esa presión, romper barreras y rescatar toda mis miserias y mis tormentas internas para subir de nivel y trascender a un aprendizaje que me ayudaría a mejorar y evolucionar. Porque si no me recataba, solo me quedaba el sentimiento de querer morir y la incertidumbre de por qué no me fui.
Vivimos ansiando todo lo que nos falta, sin darnos cuenta en realidad todo lo que nos sobra. Tantas cosas valiosas que tenemos… Debemos aprender a soltar para compensar el equilibrio para ser nosotros mismos. Por eso, dejar ir, soltar, es aceptar nuestra historia, nuestro destino. Es comprender que el pasado solo nos aporta fragilidad si está determinando tu presente, y que el futuro es frágil también si tu presente carece de sentido, si permanece frágil y carente de confianza en ti mismo.
Entonces decidí ser valiente y soltar, encontrar la voz de mi alma para gritar y proclamar a los cuatro vientos que estoy presente. Detenerme en el aquí y el ahora, vivir el momento presente y nutrirme de lo bueno que me rodea: el amor, la belleza de la naturaleza, la incondicionalidad de mis amigos cuatro patas y la cercanía de aquellas personas que han querido acompañarme en mi nueva etapa.
Y también me ayudó mucho compartir mi experiencia a través de mis artículos, para que otras personas reciban el mensaje que necesitan para su vida y su camino. También para aquellos que como yo, han tenido una experiencia similar, que sepan que no están solos, que somos muchos los que comprendemos lo que ocurre en el interior de lo vivido y pocos los que se atreven a contar y compartir.
Ahora habiendo comenzado el 2022, continuo trabajándome física, mental y emocionalmente. Recuperada de mi estancia hospitalaria y bastante enfocada en mi nuevo yo renovado, depurado y trascendido. Con más fuerza de la que creía tener y preparada para ocupar mi lugar y dar a este mundo aquello que necesita de mí.
Gracias por leerme, por seguirme y por compartirme.
𝗘𝘀𝘁𝗮𝗺𝗼𝘀 𝗮𝗾𝘂𝗶́?… 𝗦𝗲𝗻𝘁𝗶𝗺𝗼𝘀?…
𝗣𝘂𝗲𝘀 𝘃𝗶𝘃𝗮𝗺𝗼𝘀!…
Yo Soy Tu Coach
Marla Sánchez
Cᴏᴀᴄʜ Hᴏʟɪ́sᴛɪᴄᴏ Sɪsᴛᴇ́ᴍɪᴄᴏ
www.marlasanchez.com
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