Adentrarme en la noche oscura
Hace justo un año, en la primera ola de la pandemia que vivimos, entré por urgencias preocupadísima porque tenía fiebre y toda la pinta de padecer la Covid’19. Llevaba varios días con fiebre y me habían enviado a casa con antipiréticos y en observación, pero ya llevaba 5 días y no remitía. Esa noche oscura, llevaba mucha inseguridad por la incertidumbre y el desconocimiento que existía entonces por esta enfermedad y que a los sanitarios se les había quitado muchas herramientas diciendo que ni los antinflamatorios ni los respiradores harían nada. Y así se vieron desprotegidos y con la incertidumbre de no saber qué probar. (Esto con el tiempo y para las siguientes olas, hizo que se centraran y tomaran decisiones en base a sus conocimientos y a la experimentación según cada paciente, con lo cual hizo que la investigación siguiera un rumbo centrado y firme).
Bastante miedo porque yo nunca había tenido nada y la fiebre solo tuve cuando era niña. Mi historial médico estaba casi impoluto, así que de alguna manera me tranquilizaba la idea de tener en ese momento un sistema inmune fuerte y físicamente preparada para combatir un virus, aunque últimamente en mis análisis había una carencia de vitamina D (extraño para mí que vivo en el campo y me da el sol continuamente). Sin embargo, la TV no era dadora precisamente de buenas noticias, se infundía mucho miedo, y esto era algo inquietante entonces, enfrentarse a algo desconocido.
En urgencias, en aquellos que me atendieron, pude ver el miedo y la incertidumbre en sus caras, la ansiedad de enfrentarse a algo que desconocían. Tenían todo el derecho a sentirlo, no son superhéroes, aunque sí han rozado la heroicidad en muchos momentos. Yo era una paciente con todos los síntomas de esa enfermedad extraña que según los italianos era devastadora y se llevaba a mucha gente al otro barrio más allá. Y todos teníamos cierto miedo a contagiarnos, por si nos tocaba la parte más dura.
Esa noche del 25 de marzo me subieron a planta. Yo me sentía como una infecciosa o leprosa, a la que nadie tocaba. Los trajes que llevaban me recordaban a las películas futuristas. Y yo me sentía cada vez más sola y desprotegida, teniendo en cuenta que yo nunca había estado ingresada en un hospital y que nadie me acompañaba (como es lo normal en estos casos). Me faltaba el aire, y el oxígeno que tenía puesto hacía poco por mí. Tengo muy pocos recuerdos de esos primeros días, seguramente por la falta de oxígeno al cerebro. Quizá el más duro fue decirle “adiós” a mi amiga del alma que me había llevado con la incertidumbre de si volveríamos a vernos y sin saber si en algún momento podía haberla contagiado a ella o a alguien. A partir de ahí, me quedaba absolutamente sola, un recorrido en absoluta soledad.
Al poco me dijeron que la saturación me había bajado al 9% y que me tenían que llevar a UCI e inducirme el coma para intubarme. En ese momento hubo un terremoto de sentimientos y sensaciones dentro de mí, difícil de explicar, pero voy a intentarlo porque de ese momento que es otro de los que puedo recordar, también aprendí mucho y me dejó marcada. Es un punto de inflexión en mi vida y del que hoy me siento orgullosa.
Llegó una doctora que se agachó para ponerse a mi altura, y con toda dulzura me explicó mi situación y lo que según ella como médico internista había que hacer. Mi reacción fue decirle con el dedo pulgar hacia abajo, que era mi final. Así me sentí en unos instantes, entré el pánico y supe que era el final, mi despedida de este mundo. Hoy todavía lloro cuando lo recuerdo. Lo primero fue acordarme de mi madre, de mi pareja, mi mejor amiga, mi familia y mis animales, de mi hogar y cuanto tenía en mi vida que me hacía sentir plena. Pensar en abandonar este mundo del que tanto disfruto, quedarme sin ellos y privarlos a ellos de mi presencia era para mí muy duro. Esa noche oscura del alma que te encoge el corazón, te lo agita envuelto en lágrimas y te arrebata la vida antes de tiempo, antes de luchar incluso y saber siquiera si vas a salir adelante. Se me agotaba el aire, y en realidad era que se me agotaba la vida.
Sin embargo, tan solo me bastó unas horas para hacer un repaso de mi vida, recordar quien era y todo lo bueno que he hecho a lo largo de ella. Reconocer la bondad que habita en mí y el deseo de que todos se sientan bien y satisfechos en sus vidas. Tantas personas que he ayudado a ser mejores personas y que hoy se sienten satisfechas de quiénes son, qué hacen y qué han logrado. Los animales que he acogido, que se han sentido amados y la calidad de vida que les he dado. El respeto que siempre he tenido por la naturaleza, por las personas y demás seres vivos, por el Universo y cuanto me da y me quita, la confianza en que todo es como tiene que ser. Todo ello me ha dado una calidad de vida y me ha hecho crecer y evolucionar como persona a todos los niveles: físico, espiritual, emocional y mental. Me sentí plena 100%. En resumen, se trata de dejar este mundo un poco mejor que cuando llegaste. Y yo sabía en ese momento, a pesar de las circunstancias que el mundo estaba atravesando, que si era mi momento, dejaría el mundo un poquito mejor. En el fondo de mi corazón lo sabía.
Esa calidad de vida es la que me decía que estaba preparada para marcharme, para hacer la mudanza al siguiente nivel. Y entonces me invadió una paz muy grande que no sé explicar. Paz y gratitud que me llevó a la plena confianza de que todo es como tiene que ser. Al fin y al cabo, si era mi momento, mejor así que dejar las cosas aquí sin terminar o mal hechas ¿no?… A mi siempre me gustó irme a dormir teniendo la conciencia tranquila, qué mejor que irse de esta vida así mismo, con la conciencia tranquila y con la fe plena de la vida más allá de la vida.
Cuando me bajaron a UCI, aún con oxígeno, ya casi no podía respirar. Sólo recuerdo la conversación con la doctora aquella, tan especial y dulce, que me dijo la palabra clave: «confía». Esa es la palabra que ha guiado toda mi vida y que sigue guiándola, y cuando ella me la dijo, supe que era la señal que el Universo me mandaba. Ella me preguntó si me gustaba mi trabajo como profesional de lo mío y yo le dije que sí. Y me dijo que si yo tengo alguna situación difícil con algún cliente, yo me pongo manos a la obra y me empeño en solucionarlo a través de mis conocimientos hasta que todo esté bien, y yo le dije que sí, que me empeño en hacerlo bien. Y entonces me dijo: “Pues ahora solo tienes que confiar que yo voy a hacer mi trabajo bien hecho y tú tienes que hacer el tuyo que es confiar. Este va a ser un trabajo en equipo. Igual que ahora, mientras te empiezo a sedar te digo ‘adiós’, pronto te diré ‘hola’. Tú solo confía.” Y así fue, confié, como siempre había estado acostumbrada.
Era como si el Universo hubiera puesto las palabras justas que necesitaba escuchar. Era exactamente lo mismo que yo siempre he dicho a mis clientes: confía en mi trabajo. Y yo, no solo confié en el trabajo de esa doctora que se llamaba Araceli, sino que como siempre, confié en el Universo y que todo sería como tenía que ser. Me sentí muy bien, porque esa sensación de tenerlo todo en orden en mi vida, de liberación, de sentirme llena de amor de los míos y por los míos y el mundo, me dio la ecuanimidad para cerrar los ojos sin problema ni arrebato, simplemente confiando en que despertaría en el siguiente nivel (aquí o más allá). Y de momento, me iba a volar libremente por los cielos.
Escuché una voz que me decía: “Hola Marla, soy la doctora Araceli, como te dije aquí estoy despertándote. Vuelves a la vida, estás aquí.” (Todo esto mientras me apretaba el brazo con una mano y con la otra me cogía la mano)
Esas palabras sonaron de lejos en el aturdimiento del despertar. En ese momento, poco importaba dónde estaba. Pero, esa voz dulce y segura con la que me quedé durmiendo, volvió a sonar en la lejanía con la misma dulzura y sonrisa al abrir los ojos. Entonces sentí mi cuerpo inerte rozando las sábanas y supe que estaba viva. Y sin pensar nada más me quedé. Había estado fuera de onda 12 días.
¿Y qué ocurrió en esos 12 días?…
(continuará la semana próxima)
Gracias por leerme, por seguirme y por compartirme.
𝗘𝘀𝘁𝗮𝗺𝗼𝘀 𝗮𝗾𝘂𝗶́?… 𝗦𝗲𝗻𝘁𝗶𝗺𝗼𝘀?…
𝗣𝘂𝗲𝘀 𝘃𝗶𝘃𝗮𝗺𝗼𝘀!…
Yo Soy Tu Coach
Marla Sánchez
Cᴏᴀᴄʜ Hᴏʟɪ́sᴛɪᴄᴏ Sɪsᴛᴇ́ᴍɪᴄᴏ
www.marlasanchez.com
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Saber que estás viva para contarlo es ver lo grandioso que es nuestro creador, su perfección, su amor, gracias Lola por compartirlo, estoy muy agradecida con Dios por tu vida.
Gracias Juanita. Yo también me siento agradecida y para mí es muy importante saber que lo que escribo importa a otros y les gusta.
Un abrazo
Me quedo sin palabras Marla, qué alegría saber cómo lo sentiste y que hoy estás entera y enriquecida con esa experiencia. Siempre te he querido. También hoy.
Gracias Dori. Te quiero cariño. Un abrazo